lunes, 25 de septiembre de 2017

Partidos Políticos vs Sociedad

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Por Decio Machado 
Revista PlanV

Se volvió habitual escuchar al establishment político nacional aseverar que no hay democracia real sin partidos fuertes. Esta cantinela es repetida sin discusión por analistas y consultores políticos, influenciadores de opinión y medios de comunicación. La afirmación es categórica: la política institucional es la política, la participación ciudadana se ejecuta mediante el sufragio universal cada cuatro años y para que el mecanismo funcione se necesita de la institucionalidad partidista.

Pero hagamos historia. El origen de los partidos políticos modernos se remonta a los comienzos del sistema liberal en Europa y Estados Unidos, entre el último tercio del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, vinculados al perfeccionamiento de los mecanismos de la democracia representativa en lo que tiene que ver con la legislación parlamentaria y electoral.

Los partidos políticos fueron el fruto de la quiebra de la sociedad tradicional o feudal y su paso a la sociedad industrial. Fue la burguesía quien primero reclamó a la aristocracia espacios de representación acordes con su nuevo estatus económico. El nuevo mundo burgués, tras las revoluciones de Inglaterra y Francia, requería de formas de organización política que sustituyeran a las estamentarias o corporativas, relevando el mandato directo e incluso vitalicio por el representativo. La teoría de la representación nació burguesa, a eso lo llamaron mundo libre, y aún hoy se mantiene burguesa pese a que posteriormente llegaron los movimientos obreros y populares a reclamar un espacio que poco a poco fueron también consiguiendo.

Es así que los partidos políticos se fueron convirtiendo en intermediadores entre la ciudadanía y el Estado, buscando canalizar los intereses presentes en la sociedad para solicitar su atención por parte de las instituciones públicas y convirtiendo su razón de ser en la toma y ejercicio del poder de acuerdo con una ideología y programa determinado.

Aquellos partidos de antaño, especialmente los identificados con el ámbito popular, más allá de la formulación de políticas públicas y de reivindicación de demandas sociales ejercían un rol muy diferente al que desarrollan los partidos políticos en la actualidad. Eran organizaciones que generaban ideas, que tenían una militancia cohesionada, que emitían periódicas publicaciones formativas y de debate teórico, que construían lugares asamblearios y que incluso instruían a sus militantes mediante la realización permanente de actividades culturales.

Cabe indicar que con el paso del tiempo los partidos políticos se cartelizaron, abandonando a la sociedad y yéndose a vivir al Estado, ese Estado al que tanto anhelan gobernar, generándose un distanciamiento entre las direcciones y sus bases en un proceso que hoy conocemos como profesionalización de la política. Dejamos de vivir en una sociedad con partidos para vivir en Estados de partidos.

Sin duda la expansión del mercado globalizado determinó un modelo de democracia business donde el mundo mercantil colonizó la política y los partidos políticos se limitaron a salir cada cuatro años a vender sus productos en una sociedad cada vez mas consumista donde el bien común y los intereses colectivos fueron quedando en un segundo plano.

Lo anterior impuso un modelo de partido político desideologizado, identificado con sus líderes y que convirtió al poder legislativo en un espacio de discusión meramente técnica y no política. Los partidos políticos fueron transformándose, hecho que hace que en la actualidad sean considerados como estructuras cada vez más alejadas de la sociedad a la que dicen representar. Si antes existía la promesa del partido activista de masas como herramienta de transformación social, ese partido que emanaba de la sociedad y servía para canalizar sus preferencias hacia las instituciones del Estado, eso fue poco a poco desapareciendo a la par que se burocratizaron según fueron acercándose al poder. En la actualidad los partidos políticos son meros instrumentos que nos ofrece el poder para que la ciudadanía pueda votar cada cuatro años dándole legitimación al sistema. En fin, se trata de que el disgusto ciudadano no se eleve demasiado.

Inmersos en esa degeneración, los partidos políticos dejaron de ser financiados por sus militantes –forma que permitía a estos controlar a sus partidos- para pasar a ser financiados por empresas y el propio Estado. De igual manera, los antiguos partidos de masas socializaban sus ideas a través de la militancia, lo cual a la postre se convirtió en un estorbo para sus dirigencias, prefiriéndose en la actualidad transmitir sus mensajes a través de medios de comunicación afines que suelen estar en connivencia con determinados intereses económicos. En resumen, la existencia y supervivencia de los partidos políticos pasó a estar en manos de esos poderes a los que “teóricamente” dicen pretender transformar.

Es de esta manera que se vació el concepto de la política, justificándose bajo argumentos de eficiencia y control un entramado institucional que en realidad margina a la sociedad de la toma de decisión y margina a su vez todo tipo de ideología que venga a significar un cambio rupturista en el modelo social y económico de nuestras sociedades. Así las democracias liberales quedaron sometidas al extremismo centrista, tecnificando la política, es decir, despolitizándola, en aras a un distanciamiento cada vez mayor del ciudadano de a pie.

En el Ecuador actual y pese a que la conformación de sus primeros partidos políticos –Conservador y Liberal- llegara años más tarde que en las democracias avanzadas, vale señalar que disponemos de una amplia amalgama de partidos políticos. Su tipología es variada pero entre ellos podemos destacar a los “partidos-atrapalotodo”, esos que más allá de su discurso enfocan su accionar político en función de intereses y alianzas instrumentales, léase Alianza PAIS como principal ejemplo; tenemos también los “partidos-empresa”, esos cuyos cuadros dirigentes se asemejan a directivos de una corporación financiera basando su accionar en pro del beneficios de determinados sectores económicos y negocios, como es el caso de CREO; en una sociedad basada en la imagen y el espectáculo, no podía faltar los “partidos-circenses”, como es el caso del Fuerza Ecuador –antiguo PRE- de la familia Bucaram; por supuesto tenemos a los “partidos-sicario”, esos que viniendo de los sectores populares trabajan para los “partidos-empresas” como es el caso de la Unidad Popular –ex MPD-; también disponemos de los “partidos-conjunto vacíos”, esos que siguiendo la teoría axiomática de conjuntos se significan como aquellos donde no existe nada, léase el caso de SUMA; y, por supuesto también, en una sociedad que aun convive bajo lógicas emanadas de la vieja matriz colonial, tenemos a los “partidos-rancio abolengo”, como es el caso del Partido Social Cristiano.

Es de esta manera que las sucesivas apariciones públicas en radios y televisiones de las vocerías de estos partidos políticos -las Rivadeneira, los Lasso, los Moncayo, los Dalo, las Viteri y demás-, no dejan de causar una enorme soñolencia en la audiencia, lo cual no le viene mal a una sociedad con un consumo creciente de tranquilizantes, pero que causa una enorme frustración en lo concerniente al ámbito de la política.

Llegados acá nos encontramos ante una gran contradicción, pues pese a que es indiscutible que los partidos políticos se encuentran cada vez más cuestionados socialmente, también lo es que no hay nada que convoque a tanta gente como unas elecciones. Siendo categóricos, podríamos decir que la ciudadanía vota por partidos a los tras los procesos electorales los valora a la misma altura que el betún.

El problema entonces no es solo de los políticos profesionales ni del sistema de partidos sobre el cual estos soportan su existencia, sino de una ciudadanía que sigue presa de un modelo cultural que nos lleva a delegar la toma de decisiones en quienes dicen ser nuestros representantes.

Visto que no hay partidos políticos emancipadores que estén dispuestos a socavar al pensamiento hegemónico y su malsano modelo económico, y visto también que los partidos políticos se empotraron en las agendas del poder, la conclusión sería que los partidos políticos dejaron de ser una solución para formar parte del problema.

Así las cosas, no sería tan grave que hubiera una crisis de legitimación del Estado que a través de fuerzas centrífugas y centrípedas hiciera que este se vea obligado a ceder soberanía a la sociedad. Porque es esa sociedad, hoy concebida como una masa pasiva dominada por el principio de inercia, la que debe comprender la necesidad de participar activamente en la gestión de lo público, y que lo público no necesariamente debe identificarse con lo estatal, sino con lo colectivo.

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