domingo, 31 de julio de 2016

Ecuador y sus nubarrones en el horizonte

Por Decio Machado
En Revista Contra / Tiempos

 
Desde hace aproximadamente unos tres meses todo el ámbito de lo político en Ecuador quedó constreñido a las lógicas derivadas de la próxima disputa electoralista. Aunque la campaña electoral oficialmente no comenzó, no hay política pública, propaganda institucional, declaración proveniente de la casta funcionarial o de los espacios opositores, así como posicionamiento de información en los medios de comunicación con otro objetivo que los intereses confrontados dentro del tablero de juego electoral.

La oposición conservadora

Desde las filas de la oposición conservadora hemos asistido al posicionamiento de diversos precandidatos presidenciales. Unos lo hicieron ya el pasado año, como fue el caso del caricaturesco Álvaro Novoa (Adelante Ecuatoriano Adelante) quien se precandidatizó en noviembre o el de Dalo Buracám (Fuerza Ecuador) quien lo hiciera un mes después. Otros lo harían más recientemente, como es el caso de Andrés Páez, uno de los sepultureros de la recién resucitada Izquierda Democrática quien en la actualidad es posiblemente el asambleísta con el discurso más facistoide del Ecuador, auspiciado por un grupo de sus amigos de la Shyris por él mismo movilizados y que coyunturalmente se autodenominaron Ciudadanos Unidos; de igual manera este último mes también se postuló Lucio Gutiérrez, este al menos con el apoyo de su partido político (Sociedad Patriótica) tras su última convención en Quito.

Separando la paja del grano, lo único que tiene interés entre las recientes precandidaturas en el ámbito conservador es la de Cynthia Viteri (Partido Social Cristiano), quien posicionada en el tablero electoral por su mentor Jaime Nebot, seguramente será la ficha que permita una negociación entre las derechas. La estrategia consistiría en inflar en intención de voto la candidatura socialcristiana, para en octubre o noviembre sentar a Guillermo Lasso -quien desarrolla una campaña permanente desde el año 2011- a negociar la estrategia política y la conformación de listas de una oposición posiblemente unificada. A pesar del ruido, el magnate banquero de CREO parece que se consolida como el principal candidato conservador aunque tendrá que pasar por taquilla, sometiéndose a acuerdos con la tradicional derecha guayaquileña y menor medida con sus partners quiteños de SUMA. Estos últimos no presentan precandidato presidencial al tener atado a Mauricio Rodas a la Alcaldía de Quito, pero evidentemente tienen interés en calentar curules en la próxima Asamblea Nacional.

Como indicamos con anterioridad, Guillermo Lasso y su plataforma política CREO, no han dejado de hacer campaña desde las pasadas elecciones presidenciales, mejorando en algo su mercadotecnia política desde aquel vergonzoso “honoris causa” recibido de manos de Carlos Larreategui –rector de la UDLA- junto al ex presidente español José María Aznar en el año 2011, la publicación dos “infumables” libros entre los años 2011 y 2012, y el desarrollo de una fuerte campaña mediática del Banco del Barrio cuyo sospecho lema decía “Lo mejor está por venir”, mientras algunos de sus ejecutivos de cuentas se justificaban en voz baja ante el gremio diciendo que hacer negocios con los pobres no es pecado.

En la actualidad, la estrategia de campaña de Guillermo Lasso es tan simple y limitada como su mismo discurso: la estructura Compromiso Ecuador (herramienta electoral de Lasso) engorda al mismo tiempo que se van desmembrando las alianzas que el oficialismo tenía articulado con lo que ellos mismos definen como “híbridos”, organizaciones políticas locales que en una lógica clientelar han mantenido -mientras había plata en el Gobierno Nacional- alianzas políticas con Alianza PAIS (el mercado persa está abierto en este momento y en él todo se compra y se vende); en paralelo y apoyado por gran parte del aparato mediático privado, la estrategia conservadora no consiste en convencer a la ciudadanía de una propuesta, programa o plan de gobierno para salir de la crisis, sino tan solo en acumular de los errores tácticos y estratégicos del oficialismo, los cuales últimamente son muchos, esperando además que el paulatino y acelerado deterioro económico que vive el país juegue a su favor en febrero.

Una estrategia simplista para un candidato con muchos déficits políticos: bajo lo anteriormente expuesto, el objetivo de CREO consiste en llegar a la segunda vuelta y allá sumar el conjunto del voto descontento con actual régimen político. Como se indicaba, una estrategia simple pero que en la coyuntura actual puede llegar a ser resultona.

Entre todos los demás liderazgos conservadores, Dalo Bucaram podría ser la única figura de interés que pudiera no incorporarse a una lógica de unidad. El hijo de Abdalá Bucaram tiene una estrategia electoral propia que puede darle algunos curules procedentes de la región Costa en la próxima Asamblea Nacional, lo cual explicaría como en la actualidad tiene, por poner tan solo un ejemplo, más seguidores en una red social utilizada por políticos como es twitter que el propio Guillermo Lasso, Lenin Moreno o Jorge Glas.

La oposición de izquierdas

Las izquierdas políticas, más allá del discurso de denuncia sobre la deriva autoritaria del régimen correísta, parecen ofrecer poco como alternativa política a la sociedad ecuatoriana. Para unas familias y estructuras políticas que no son capaces de concebirse fuera del ámbito electoral, la situación anterior está conllevando una alarmante desorientación política que posiblemente en esta ocasión les volverá a pasar factura.

Lo mencionado con anterioridad se evidencia en la manera en la que se han presentado las múltiples precandidaturas actualmente existentes en el ámbito de las izquierdas, y que se diferencian muy poco en sus formas de las utilizadas en el mundo conservador.

Es así que varias de estas candidaturas han sido auspiciadas mediante las redes sociales de twitter (usado por tan solo el 0,7% de la población) y con escasa participación de la sociedad civil y de lo que queda de tejido social organizado.

La lista de precandidatos es larga: cinco al menos al interior del Pachakutik (pendiente de determinarse el nombre final que propondrá esta formación política), algún otro proveniente del mundo sindical, el inefable Paúl Carrasco quien busca alianzas políticas sin definición de criterios, la figura académica de Enrique Ayala Mora, el ya habitual precandidato Lenin Hurtado y el forzado a candidatizarse Paco Moncayo. Al igual que los conservadores, la mayoría de estos casos tan solo son candidaturas de posicionamiento para las futuras listas que se disputarán los curules de la Asamblea Nacional. En el fondo, todos estos actores son conscientes de que posiblemente terminarán pactando con la oposición conservadora, conformando un bloque opositor “a la venezolana” que dividirá o concentrará sus listas en función del interés estratégico según el número de curules derivados de cada provincia (en los territorios de donde se extraigan pocos asambleístas se concentrarán y en los territorios con mayor concentración de curules posiblemente se diferencien únicamente por un interés estratégico). Es un hecho que el propio término “descorreizar”, de máxima actualidad en el discurso político nacional y que fue acuñado desde la izquierda, hoy es el punto de encuentro entre sectores progresistas y conservadores, además de articular el grueso del actual discurso de Guillermo Lasso. En Ecuador tomó vigencia aquella aseveración realizada por el novelista inglés Aldous Huxley en la cual se afirmaba que “cuanto más siniestros son los designios de un político más estentórea se hace la nobleza de su lenguaje”.

El resultado de tal estrategia genera confusión en la sociedad ecuatoriana y la falta de discurso claro posiblemente terminará pasando su factura tanto en las elecciones de febrero como durante la próxima legislatura. Su precio posiblemente no será otro que una pérdida aún mayor de credibilidad por parte de sus mentores. En los sectores más concientizados de la sociedad, lamentablemente no son muchos, es un sentir generalizado la necesidad de reconstruir otra izquierda, aunque está por verse si durante la próxima legislatura –la cual comenzará sumergida en una agudizada crisis económica- realmente se articula una nueva generación política capaz de ocupar el espacio de la actualmente existente.

Las últimas bocanadas del correísmo

En estos momentos el nivel de conflicto a lo interno de Alianza PAIS es mayor que nunca. La nueva casta política oficialista es consciente de que ya no hay sitio para todos y entre ellos conflictúan por posicionarse lo mejor posible dentro de lo que será una merma de su “buen vivir”.

El mejor situado socialmente para el delfinazgo es Lenin Moreno, aunque el exvicepresidente no goce en este momento de la confianza del "number one". Los riesgos que se conciben –reales o no- sobre la figura de Moreno es que termine encarnando un rol similar al que desarrolló Juan Manuel Santos respecto a Álvaro Uribe. La forma cómo el actual Canciller de la República y algunos otros voceros del oficialismo han hecho defensa del salario de Lenin Moreno en Ginebra, salario que por otro lado es un flaco frente por donde atacarle al precandidato de Alianza PAIS, es lo suficientemente significativo como para entender que determinados sectores del oficialismo más que justificarle, lo que buscaban era golpear su figura en el marco de las competencias actualmente existente al interior del partido de gobierno. El propio posicionamiento de Ricardo Patiño en el Ministerio de Defensa –principal valedor de Moreno en la próxima convención nacional de Alianza PAIS-, conscientes de la resistencia que su figura encarnaría al interior de la institución militar, sería otra demostración de cómo se busca desde lo interno deteriorar el frente morenista.

El candidato ideal de la mayoría del consejo de ministros ecuatoriano parece ser Jorge Glas, la campaña de posicionamiento realizada desde la propaganda gubernamental así lo demostraría. Sin embargo, a pesar de que su intención de voto poco a poco crece a costa de la inversión publicitaria estatal, su figura como posible jefe de Estado sigue siendo poco seductora para la sociedad ecuatoriana. La estrategia oficialista debería consistir en plasmar una imagen de cambio dentro de la continuidad, y evidentemente Glas no tiene el perfil para encarnar tal posibilidad.

Sea uno u otro el candidato, o sea quienes fueren los binomios elegidos por el oficialismo (algunos de los nombres que figuran en sus ternas son tan débiles políticamente como el de Vinicio Alvarado, Gabriela Rivadeneira o José Serrano entre otros), el correísmo –tal y como lo conocemos- posiblemente no tendrá continuidad sin la figura del Rafael Correa en el sillón presidencial del Palacio de Carondelet.

Ecuador se aboca a una transición política tras una década de gobiernos correístas, hoy por momentos cada vez más debilitados fruto de la crisis económica,  que puede ser abrupta si gana la oposición o más mesurada en el caso de que exista continuidad verdeflex en el gobierno.

Si Alianza PAIS gana las próximas elecciones, posibilidad nada desdeñable dada las carencias existentes en los políticos opositores, es fácil que asistamos a un circo mediático por el cual sean purgados algunos casos de corrupción institucional –buscando un lavado de cara político pero lejos de significar catarsis alguna en la lógica política a la que llevamos asistiendo desde hace décadas- entremezclado con cierto aperturismo político y redimensionamiento del Estado buscando la reconciliación con determinados sectores del capital nacional y por ende también con todo un grupo de selectos medios de comunicación nacionales y extranjeros.  Todo lo referente a pactos éticos y demás elementos que pudieran ser situados en el entorno de las elecciones del próximo mes de febrero, se contextualizan tan solo en el plano estratégico electoral, carecen de profundidad política, son meros envolventes sin capacidad de transformar la política ecuatoriana.

Una salida de la crisis donde pagarán los de siempre

Febrero pasará y con ellas las elecciones presidenciales y legislativas. El arco de opciones electorales al momento es el que es y no da para mucho más. Citando a Pablo Neruda, todo somos libres de hacer nuestras elecciones pero prisioneros, al fin y al cabo, de sus consecuencias.

A priori, todo apunta a que sea cual fuere la sensibilidad política del próximo gobierno, se tratará de un gobierno débil con una Asamblea Nacional de composición diversa donde no existirán las mayorías absolutas de antaño ni tampoco el más mínimo atisbo de ilusión por parte de la sociedad ecuatoriana. De existir una bancada con un discurso político claramente diferenciado de las demás, habría posibilidades estratégicas –incluso desde este mismo marco institucional- como para la construcción de una alternativa política que se fuera consolidando con ciertos márgenes de credibilidad social, pero eso parece difícil de vislumbrarse en estos momentos. Asistimos a un momento de “política tuerta”, donde las vocerías políticas con independencia de la familia de la que provienen tan solo ven la parte de la realidad, la parte que personalmente más les interesa.

Ecuador necesita regenerar su democracia; los índices de aprobación de la Asamblea Nacional se sitúan en la actualidad por debajo de la media latinoamericana, la cual ya de por sí es muy baja (entorno al 30%), y la mayoría absoluta de la que ha gozado el correísmo durante estos años le ha hecho mucho daño a la institucionalidad política del país; los mercados nacionales siguen sin democratizarse y manteniéndose como semi-monopólicos; la relación costo/beneficio de varios de los mega-proyectos acometidos por el correísmo mientras hubo plata para hacerlo están en discusión; la independencia judicial y la autonomía de los órganos de control es deficitaria; la falta de liquidez gubernamental afecta a los pagos a proveedores y extiende por toda la economía nacional implicando a la cadena de pagos de las empresas auxiliares; no hay confianza en la economía nacional y por lo tanto no hay inversión fluida; la balanza comercial tras años de discurso sobre diversificación de exportaciones y cambio de matriz productiva continúa siendo negativa; el peso de la deuda pública (nacional y externa) es cada vez mayor y el conservadurismo consiguió socialmente cuajar el discurso de que el modelo de regulación de mercados ha fracasado, cuando lo que realmente ha fracasado ha sido la gestión gubernamental.

La política fundamentalmente es una batalla por el sentido, pero el nivel de indecisos que muestran el conjunto de encuestas sobre intención de voto para las próximas elecciones presidenciales, viene a demostrar que no hay partido político en estos momentos que le de sentido a la política nacional. El voto de febrero será, tanto para el oficialismo como para la oposición, un voto prestado, sin convencimiento, entusiasmo o fidelidad. En pocas palabras, el país está abocado a una crisis de representatividad política institucional y a los efectos que de ello derivaran.

 El eje del debate político actual que realmente le preocupa a la sociedad ecuatoriana es quien nos saca de la crisis y de que manera se sale de ella. Sin embargo los discursos políticos al respecto, provengan de donde provengan, son extremadamente deficientes.

Mientras la oposición conservadora nos habla de liberalización de los mercados, eliminación de aranceles y alivio impositivo para el sector empresarial con el fin de crear empleo –como si el peso impositivo en Ecuador estuviera sobre las empresas…-; el régimen decidió utilizar la táctica de que los hechos dejan de existir si a estos se les ignora. De ahí deviene la negación de una crisis económica que día tras día sufre con más profundidad la sociedad ecuatoriana.

La verdadera discusión, la que no afronta nadie de forma convincente, es sobre quien recaerá el peso de la salida de crisis. En este sentido ya vamos viendo cuales son las medidas gubernamentales al respecto: subida masiva de impuestos a la sociedad, especialmente determinado por la subida del IVA –el impuesto más regresivo que existe pero el más inmediato y fácil de cobrar-; la devolución al sistema financiero privado de sus privilegios respecto al cobro desproporcionado de tarifas y gastos financieros a sus clientes; la puesta en marcha de la privatización de activos públicos que fueron previamente saneados o construidos con el erario público; la profundización de la flexibilización laboral; y, el desarrollo de cada vez mayor excepcionalidad fiscal para las empresas extranjeras que inviertan en el país. En resumen, hay pocas diferencias entre lo que en la actualidad está haciendo el gobierno y lo que aplicarían los principales partidos de oposición aunque sus voceros no lo digan abiertamente.

La salida de la crisis está siendo paulatinamente cargada sobre las espaldas de los sectores más vulnerables de la sociedad. A modo de distracción, el gobierno generó un debate nacional sobre la indiscutible inmoralidad de las sociedades offshore, cuando los únicos que tienen sociedades en paraísos fiscales son determinados funcionarios públicos y las élites que históricamente dominan económicamente el país, pero se no plantean públicamente cuales son las estrategias destinadas a proteger a los pequeños y medianos negocios y sus cobros en la actual situación de deterioro económica que vive Ecuador. De igual manera se ignora intencionadamente el abordaje de temas prioritarios como la pérdida de capacidad adquisitiva que en estos momento sufren las y los ecuatorianos en general, al igual que tampoco se plantean políticas públicas destinadas a proteger los salarios más  bajos (el salario de un asambleísta ecuatoriano es 14 veces superior al salario básico y unas 8 veces superior al ingreso medio de una familia ecuatoriana), mientras se camuflan con indicadores devenidos de la economía informal el creciente desempleo existente en el país y el incremento de la pobreza por ingresos especialmente en áreas rurales.

El 1% de la población ecuatoriana ha concentrado durante el régimen correísta aún más riqueza de la que ya tenía, y 1‰ no puede estar más satisfecho de cómo le han ido las finanzas durante el período de dinamización de la economía por parte del Estado, pero llegado el momento de las vacas flacas unos y otros le ha dejado claro al gobierno que no está dentro de su lógicas el arrimar el hombro. No serán los que más ganaron en época de bonanza quienes ahora carguen con el peso de la crisis.

¿Es igual entonces por quien votar en febrero del próximo año? Posiblemente no, pero para los sectores más concienciados de la sociedad debería quedar claro que las soluciones que necesita el país no se articularán fruto de la política institucional en este momento.

El legado correísta

Ya en su ocaso, el correísmo se encarna como un proceso de modernización generalizada que vivió el Ecuador que siguió al hundimiento de su viejo sistema de partidos. Al igual que otros procesos progresistas de la región, significó el fortalecimiento/reposicionamiento del Estado, la aplicación de políticas compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades, la consolidación del modelo extractivo de producción y exportación de commodities como base de la economía y la realización de grandes obras de infraestructuras.

Su explendor se plasma durante los años de bonanza económica, coincidente con el período que conocemos en América Latina como el “boom de los precios de los commodities”, determinado principalmente por cierta democratización del acceso al consumo para los sectores históricamente excluidos. Con el advenimiento de la crisis económica, acelerada por la abrupta caída de los precios del crudo en el mercado global, el correísmo deja en evidencia que todo lo construido durante estos ya casi diez años de gobierno resultó demasiado frágil y sustentado bajo lógicas de economía fácil.

Algunas de sus políticas pretendieron ser innovadoras dentro de los países que componen el Sur global, si bien en muchos de los casos han sido las formas soeces de cómo aplicarlas las que las han llevado a su fracaso. Ejemplo de ello son las reformas educativas, la universalización de la salud pública o determinadas medidas en materia de recuperación de la soberanía nacional.

El correísmo, al igual también que otros regímenes definidos como popularmente como “progresistas”, nunca cuestionó el modelo de producción heredado del neoliberalismo ni su forma de organización del trabajo. Esto le llevó a fuertes disputas con las organizaciones sociales que no entraron en su forma de hacer política clientelar, ignorando que la principal fuerza productiva está constituida por los propios productores, y perdiendo a la postre el pulso se había trazado con las instituciones de Bretton Woods y lógicas neo-desarrollistas implementadas desde el Banco Mundial.

Durante este período de gobierno autodefinido propagandísticamente como “revolución ciudadana”, el correísmo construyó una nueva élite tecnoburocrática bajo el discurso de la reinstitucionalización del Estado en un nuevo período posneoliberal. El período de bonanza económica permitió el incremento de subsidios y la mejora de la capacidad adquisitiva de las y los trabajadores, llegándose incluso a obtener interesantes indicadores en el marco de la lucha contra la pobreza, lo que durante un período de tiempo conllevó a que se reforzase la percepción en la sociedad de que vivíamos un proceso de cambios y se acumulasen réditos electorales. Sin embargo, la debilidad ideológica del correísmo –con un claro desencuentro entre el discurso y su praxis- no permitió que se actuase sobre los problemas estructurales de la desigualdad en el país, lo que implica en estos momentos que todas estas conquistas sociales estén en franco deterioro. La política social del correísmo sirvió para consolidar durante un tiempo el modelo de consumo del social desarrollismo ecuatoriano, consistente en promover la transición de una sociedad oligárquica hacia una sociedad de consumo de masas a través del acceso al sistema financiero. Así, asistimos a un proceso de financierización acelerada que permitió cierta expansión de la sociedad de mercado, pero terminado el período de bonanza que configuró grandes beneficios para la banca, nos encontramos ahora que este tipo de políticas llevaron a un fuerte endeudamiento de las clases populares, especialmente de sus sectores más empobrecidos, lo que en la actualidad está conllevando a un crecimiento paulatino de los índices de morosidad en los créditos al consumo.

En el ámbito de lo social, la construcción de lo que el correísmo consideró como un “Estado fuerte” –subordinación de la sociedad a la disciplina y al control del poder institucional- actuó en decremento del empoderamiento desarrollado por la sociedad civil durante la década de resistencia al neoliberalismo. La captación de una gran parte de la vieja dirigencia social, sumada a la división intencionada de las organizaciones que componían el tejido social organizado en el país, deja en la actualidad una gran debilidad en los movimientos sociales frente a las fuertes luchas que se avecinan por la defensa de las conquistas sociales anteriormente adquiridas.

La polarización entre defensores y detractores del régimen, estrategia implementada desde el frente político del gobierno correísta al no entender el derecho a la disidencia, alcanza a todos los sectores de organización social no gubernamental existente. Así, estas rupturas se transversalizan desde las organizaciones de padres y madres de alumnos en los colegios hasta las organizaciones sindicales, pasando por gremios de productores, organizaciones estudiantiles, asociaciones vecinales o incluso de hacker activistas. El correísmo llegó al poder invocando al pueblo y llamándolo a la construcción de una “patria nueva”, pero luego ya en el poder le dijeron al pueblo que se fueran a su casa que ellos gestionarían el proceso, uno porque ellos son los cualificados y no la plebe y dos porque les dio miedo, a pesar de su discurso laclauniano, la irrupción en la política de lo plebeyo.

En definitiva, llegado el momento de los tiempos duros, el correísmo suspendió su examen de reválida, y al igual que lo hacen los malos estudiantes, está teniendo que justificar en la actualidad dicho suspenso con dialécticas que hacen referencia a que el examen era muy difícil: vivimos una crisis devenida de una “tormenta perfecta” o incluso con aberraciones mesiánicas del tipo de “gracias a nuestra gestión el impacto de la crisis no ha sido todo lo malo que podría podido llegar a ser…”.

En síntesis, la historia reciente del Ecuador le da la razón al dramaturgo irlandés Oscar Wilde cuando aseveró aquello de que “cuanto más conservadoras son las ideas, más revolucionarios son los discursos”.



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