lunes, 8 de febrero de 2016

¿Y ahora qué?

Por Decio Machado // Director Fundación ALDHEA
www.elmostrador.cl

Entre el 2 de febrero de 1999 -primera investidura como presidente del comandante Hugo Chávez en Venezuela- hasta hoy, han pasado 17 años de llamado “ciclo progresista”.

Al igual que Chávez fue fruto político de la revuelta popularmente conocida como el Caracazo (1989) y el derrocamiento de Carlos Andrés Pérez en 1993, los demás presidentes progresistas lo fueron también de un ciclo de levantamientos populares que provocaron, directa o indirectamente, la caída de una decena de presidentes sudamericanos: Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador; de la Rúa y Rodríguez Saá (2001) en Argentina; Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005)  en Bolivia; Raúl Cubas (1999) en Paraguay; Alberto Fujimori (2000) en Perú; y, Collor de Melo (1993) en Brasil.

Con excepción de la revuelta zapatista, todas las grandes acciones populares durante este período terminaron desembocando en procesos electorales que llevaron al poder a dirigentes que no habían participado en las revueltas (caso de Correa), que participaron algo lateral en ellas (caso de Evo o Lula), o que habían actuado incluso en el campo opuesto (caso de Néstor Kirchner). 

Al ciclo de luchas le sustituyó uno de estabilidad, donde estos gobiernos gestionaron sin generar grandes rupturas –quizás Venezuela puede ser la única excepción- con el modelo de acumulación y matriz productiva heredado del neoliberalismo.

Acompañados por un ciclo económico favorable fruto del aumento especulativo de los precios de los commodities, los gobiernos progresistas tuvieron en común: el fortalecimiento/reposicionamiento del Estado, la aplicación de políticas sociales compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades, el modelo extractivo y la exportación de commodities como eje de su crecimiento económico y la realización de grandes obras de infraestructura.

Agresivo extractivismo a cambio de políticas sociales e incremento de la capacidad adquisitiva a cambio del festín consumista fueron dos de los ejes del ciclo progresista que comienzan a dejar serios lastres: en Ecuador, mientras las 300 principales empresas del país controlan casi el 50% del PIB nacional y ganan más que nunca, el 41% de los hogares gastan más de lo que ganan –siendo los más endeudadas quienes menos ingresos perciben- y el 43% de los solicitantes de préstamos los piden para pagar otras deudas contraídas; en Brasil, donde la existencia de tarjetas de crédito y cuentas corrientes casi se duplicó entre los pobres, los bancos obtienen records en su tasa de beneficios mientras la tasa de endeudamiento familiar ya alcanza cerca del 70%.

Pero la caída de los precios de los commodities en el mercado global marcó el fin de una fiesta de la que empezamos a ver los resultados: los productos primarios representaron el 73% de las exportaciones latinoamericanas hacia China y las manufacturas con valor agregado apenas el 6%. Países como Venezuela incrementaron su dependencia petrolera hasta alcanzar el 95% de sus exportaciones; o Brasil, el país más industrializado de la región, sufre un proceso de desindustrialización consecuencia de priorizar sus ventas de soja y minerales al gigante asiático mientras sus mercados internos se inundan de productos orientales.


Y ahora qué hacer para volver a ganar las simpatías populares es la pregunta sin respuesta entre los mandatarios progresistas mientras ven a Macri en la Casa Rosada y a dos millones de venezolanos antes chavistas incorporarse a las filas de los que van dándole la espalda a Maduro…

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